Cuando niña, la educación en casa siempre fue muy estricta sobre todo en valores. Mi papá, un hombre poco expresivo, y educado seguramente de una manera más dura de lo que él fue con nosotros, tenía poco tiempo para jugar con sus hijos, ya que su rutina estaba centrada en el trabajo y el rancho, ante el hecho de llevar sustento a una esposa y 6 hijos, y pocas, muy pocas veces, tenía tiempo para estar en casa. A mi mamá la recuerdo en la cocina, preocupada por lo que haría de comer, y cuando no, lavando la ropa, apoyada siempre por mi hermana mayor, a quien aún sigo reconociendo como el brazo derecho de mi mamá.
Nuestros días se concentraban en levantarnos temprano para ir a la escuela, siempre nos tocó el turno de la mañana así que todo el tiempo fue así. Y los sábados, también solíamos madrugar porque era el día de ir a la práctica de basquetbol o voleibol y debíamos estar a las 7 de la mañana en la cancha, con nuestro entrenador, el maestro Roberto o el maestro Fernando. Los domingos podíamos levantarnos un poco más tarde pero jamás después de las 8, ya que era el día de barrer la calle y el patio, y había que ganarle al sol (responsabilidad, puntualidad y realización de actividades físicas).
Recuerdo también los pesares por la falta de agua, (situación que hasta la fecha no ha cambiado mucho). En mi infancia nos tocaba acarrear cubetas con agua desde la casa de la esquina, una familia que tiene pozo en su casa y que siempre nos regalaba toda la que necesitábamos, pero debíamos acarrearla, así que era un “vía crucis”, por lo menos 2 veces por semana (solidarios con la familia).
Fue una infancia difícil sin duda, pero muy feliz. Mucho muy distinta a la que hoy se vive. No conocíamos el celular… no existía, tampoco la computadora ni otro dispositivo electrónico. Se jugaba en las calles, todavía sin pavimentar, a los quemados, los hoyitos, las escondidas, al bebeleche, al avión, al resorte, o a la tiendita. Participábamos todos los niños de la calle, los primos que llegaban de vacaciones y vecinos.
Hubo caídas, raspones y pleitos, pero los papás de aquél entonces no se preocupaban por los secuestros ni por coches que pasaban a toda velocidad. Había que darle el tiempo justo a cada actividad, y ante el poco bombardeo de herramientas tecnológicas, los niños nos la pasábamos en escuela, haciendo tarea, cumpliendo con deberes en casa y jugando.
Fuimos, como ya dije antes, 6 hermanos, 3 mujeres y 3 hombres, muchos, pero no tantos como para que mi mamá no pudiera controlarnos (amor).
Recuerdo como si fuera ayer cuando llegaba una visita a casa, la frase era: “Vayan a ver si ya puso la puerca”, lo que en otras palabras quería decir: “Desaparécete de aquí que es una plática de adultos”. Muchas veces la frase no era necesaria, la mirada era suficiente para entender el mensaje (respeto, obediencia, discreción, prudencia).
Conforme fuimos creciendo nuestra formación se complementaba con la escuela, los amigos, y las responsabilidades y roles que fueron cambiando, siempre guiados bajo la batuta de los adultos, porque en una familia no debe haber democracia
No puedo evitar recordar todo esto cuando hoy observo la carencia de valores en la mayoría de los jóvenes. No existe la solidaridad con los padres y se rehúsan a cumplir con quehaceres de casa porque consideran que la obligación es de sus progenitores.
No hay respeto hacia los padres, mucho menos hacia los compañeros de escuela con quienes comparten un vocabulario muy pobre y bajo, lleno de palabras corrientes y vulgares que se han vuelto “el pan nuestro de cada día”, tanto en niños como en niñas. No hay pudor, no hay prudencia ni respeto al lugar donde se encuentran.
Mis padres fueron personas que con frecuencia recurrían a los famosos refranes para explicarnos o dejarnos una enseñanza que, por su falta de estudios, no podían explicar de otra manera.
Fueron muy duros porque no recuerdo una tarde en que se sentaran junto a mí para ayudarme a hacer la tarea. Nunca fue su costumbre ni tenían la capacidad para hacerlo, pero su enseñanza iba más allá.
Con el tiempo fui capaz de entender la dureza de su educación y hoy lo agradezco. Porque cuando para mí no era claro que podía esforzarme más, para ellos siempre fue evidente.
Padres de familia, la escuela forma, los que educan son ustedes. Una persona requiere de una educación integral: valores (y nótese que lo pongo en primer lugar), educación formal, actividades físicas, artísticas, cívicas, religiosas, lectura y entretenimiento.
Su compromiso con la sociedad es apoyar en la medida de lo posible, y si queremos un mejor país, no pretendamos instruir al vecino, nuestro trabajo está en casa: estableciendo reglas, marcando pautas y códigos de respeto.
Jo Cobos
29 de noviembre de 2015