El castillo de Otranto fue la primera novela de su género; con ella nació el horror dentro de una sociedad que se apegaba a demostrar lo racional de las cosas, olvidándose de lo mágico que podía resultar un cuento plagado de fantasías.
Walpole nos narra la historia de Manfred, un rey que vive obsesionado con no perder su reino ni el título nobiliario que hace mucho tiempo su abuelo robó al verdadero dueño de Otranto, Alfonso el Bueno, por lo cual carga con una terrible maldición. Ha comprometido a su hijo Conrad con la princesa Isabella, esperando que con ello nazca un heredero barón para así seguir perpetuando su estirpe y poderío sobre Otranto, sin embargo, el mismo día de la boda, ocurre una desgracia: el príncipe muere a causa de un acto sobrenatural frente a todos los allí presentes, poniendo fin al plan de Manfred y dándole a conocer que la maldición sobre su familia ha dado inicio. Pero, no dándose por vencido en su intento de seguir siendo el soberano, urde un nefasto plan, el cual incluye la infelicidad de la princesa Isabella para toda la vida. La princesa, temerosa de su destino, emprende la huida durante la noche a través de los oscuros y tenebrosos pasajes secretos del castillo, para así refugiarse en la iglesia de San Nicolás. Y, a partir de allí, comienza el problema de hacer regresar a la princesa indefensa a las garras del cruel tirano.
Comenzaré diciendo que El castillo de Otranto no me sacó ningún susto, sin embargo sí que me hizo reír. Sobre todo Bianca, la doncella de la princesa Matilda, pues resultaba un personaje demasiado ocurrente.
«Es el joven campesino, y estoy segura de que anda enamorado… ¡Oh, qué aventura tan divertida! Vamos a preguntarle cosas; como no te conoce, creerá que tú también eres una sirvienta de mi señora Hippolita.»
Los personajes son los tradicionales estereotipo y arquetipo, encasillados en soy «bueno», «malo», «una mártir» o «una santa». Por lo que son predecibles en cuanto a sus actos: el bueno siempre será bueno y triunfara, mientras que el malo recibirá su castigo de la divina providencia.
El rey será el que mande sobre todos, incluida su familia, sin protesta alguna, y los demás acataran dichas órdenes… incluso si son demasiado drásticas. Las princesas bajaran la cabeza, sumisas, entregadas a la voluntad de su señor.
«Un buen hijo solo ha de tener ojos y oídos para lo que sus padres deseen.»
Quizá lo que se puede recalcar de este libro sea la presencia del tétrico castillo, dónde aparecen fantasmas, las puertas se cierran con chirridos, y tiene sus pasadizos secretos para ayudar a huir a las damiselas en peligro: todos los recursos de la narrativa gótica. Pero, aparte de eso, no existe nada (al menos para mí) que asuste.
Lo novedoso de su historia (hablo del siglo en que fue publicado), es que presentaba eventos sobrenaturales, que contrastaban notablemente con el racionalismo literario que imperaba en esa época (1764), por lo que la novela ganó un éxito inmediato entre los intelectuales que pedían algo más mundano. El castillo de Otranto fue algo innovador en su momento; presentando situaciones tensas, un castillo tétrico, princesas hipersensibles que se desmallaban con suma rapidez, sirvientes de carácter fácil…rayando a lo cómico, y un patriarca cruel que buscaba su propio beneficio a expensas de otros.
Fue un libro entretenido, pero no memorable como pensé que sería… aunque, quizá, se deba a que tenía mis expectativas muy altas respecto a él.