Uno de mis pasatiempos favoritos es ver series de televisión. Es algo que comparto con mi hermana. Es casi un ritual. Después de alistarnos para dormir y preparamos algunos bocadillos, nos disponemos en la sala de entretenimiento, elegimos una serie del catálogo en línea o en Netflix, y vemos uno o dos episodios de la serie que hayamos elegido. Debo confesar que cuando la serie es muy buena, podemos ver hasta cuatro episodios seguidos y sólo nos interrumpe la necesidad de descansar para rendir en el trabajo al día siguiente.
La amplia gama de sistemas de televisión de paga por cable o satélite, las pantallas inteligentes, el internet, las tabletas, entre muchos otros avances tecnológicos, han contribuido a que podamos acceder al contenido televisivo que queramos, cuando queramos y desde donde queramos.
Al mismo tiempo, todos estos avances han obligado a las cadenas televisivas a ofrecer mucho más contenido o arriesgarse a perder su audiencia. Por consiguiente, hoy en día contamos con un catálogo enorme de películas, series televisivas, programas deportivos o de noticias, de cocina, de manualidades, de construcción y de todo lo que podamos imaginar.
Más de una vez, mi hermana y yo, al terminar una serie, nos hemos enfrentado con el hecho de que aun teniendo tanto material para elegir, no sabemos cuál será la siguiente. En ocasiones decidimos ver las más rankeadas, en otras, las clasificamos según el género y decidimos cuál de ellos queremos ver; también nos guiamos por las recomendaciones de nuestros amigos, compañeros de trabajo, redes sociales y hasta de nuestros padres, quienes por cierto también han caído en esta adicción. Tengo la sospecha de que esto seguiremos haciendo hasta encontrar un mejor método de selección.
Sin embargo, cuando pienso en esto, me pregunto si nuestra elección de material televisivo debiera hacerse basándonos únicamente en esos criterios, en qué es lo más popular, lo más nuevo o lo más recomendado, o si acaso debiéramos considerar otras circunstancias como el mensaje que trasmiten, la idea que nos quieren vender, la finalidad de sus productores, de las cadenas televisivas e incluso de las empresas que se promocionan en estos programas.
Estoy convencido de que esto depende de nuestra percepción de aquello que sucede cuando vemos la televisión, sea un programa especializado, una película o una serie.
Algunos piensan que ver televisión es simplemente una cuestión de entretenimiento. La mayoría de las personas ven la televisión después de llegar del trabajo o la escuela, para relajarse, despejar sus mentes y descansar por unos momentos.
No creo que esto sea algo malo en sí mismo. Pero creo que todos debemos estar conscientes de que la televisión es un medio de control masivo. En las oficinas de las cadenas televisivas, hay grupos de personas especializadas en manejo de mercado, que estudian a su audiencia para saber qué ofrecerle, a fin de que, poniendo delante de ellos algo que les atraiga, puedan venderles ideas que nunca antes habían cruzado por sus mentes.
No digo esto acusando a alguien de conspirar contra la humanidad o porque quiera que todos dejen de ver televisión. De hecho, ya he confesado que es uno de mis pasatiempos favoritos. Lo que sucede, es que creo que no debemos ponernos frente al televisor y mirar indiscriminadamente lo que se nos pone enfrente, pues intencionalmente o no, lo que vemos termina moldeando nuestras vidas. Adoptamos las modas, las costumbres y muchas otras cosas que se nos presentan en esas horas de entretenimiento, cuando hemos bajado las defensas mentales y hemos dejado la mente en blanco.
Sin embargo, estar conscientes de esto, podría ayudarnos a elegir nuestra programación, sacando un mayor provecho de nuestro “entretenimiento”.
Déjenme terminar este artículo con un ejemplo y dejar lo demás a la reflexión de cada lector.
Este año, entre las muchas series de televisión que he visto, se encuentran dos que me han llamado especialmente la atención, no por la gran historia que cuentan o los efectos especiales que utilizaron en su producción, tampoco por el guión o la actuación, sino por el movimiento de sus escenas: Bloodline de Netflix y True Detective de HBO.
Como dije, me han llamado la atención porque las encuentro muy distintas a la mayoría de las series que se ofrecen hoy. Ambas son, a mi parecer, extremadamente lentas. Estoy acostumbrado a películas y series donde todo sucede muy rápido, por ejemplo la serie de la ABC, How to get away with Murder (Viola Davis y Karla Souza), Sense8 de Netflix, House of Cards, también original de Netflix, Suits, Arrow, 24, The Good Wife, etc.
A diferencia de las anteriores, en las que muchas cosas suceden en un episodio, las primeras que nombré: Bloodline y True Detective, te obligan a esperarte dos o más capítulos para saber qué es lo que en verdad está ocurriendo.
Al principio, esto me predispuso a pensar que eran series realmente aburridas y sin un contenido interesante. Y aunque lo cierto es que las historias son muy buenas, el verdadero valor de estas dos series de TV, es que nos obligan a detenernos, a ser pacientes y observar.
La verdad es que la cultura de hoy en día nos tiene a todos muy agitados. Bien dicen algunas tribus africanas que ellos no tienes relojes, pero tienen tiempo, mientras que nosotros tenemos relojes pero no tenemos tiempo.
En nuestras vidas, todo sucede muy rápido. Es común escuchar, aún más en estas épocas, lo rápido que pasó el mes, lo pronto que ha acabado el año. Y aunque no nos demos cuenta, esto se debe a que tenemos prisa en todo lo que hacemos.
Estamos acostumbrados a las cosas instantáneas, el café instantáneo que se prepara en sólo un minuto, el horno de microondas que nos tiene lista una comida en cinco, los drive-thru que nos evitan horas en la caja, los cajeros automáticos, los pagos en línea, entre muchas cosas más; y aunque estos avances nos han hecho las cosas más sencillas, también nos han arrebatado algo valioso: los momentos de quietud, de meditación y de contemplación.
Ya no vivo en Tuxpan, pero en el tiempo que viví ahí, fueron muy pocas las veces que vi gente contemplando el río, el movimiento de los barcos, las olas del mar; muy pocos se dirigían a las colinas simplemente a pasar el día, o por qué no, detenerse en la carretera a contemplar los plantíos de cítricos o el paisaje tan hermoso de la región.
El hecho de que existan series que nos recuerden nuestra necesidad de detenernos y contemplar, y que no sólo busquen alimentar nuestro deseo de adrenalina o de saber qué es lo que va a pasar, es algo que agradezco de las cadenas que las han creado. Ojalá tengamos muchas series como esa. Pero aún si no, espero que poco a poco sean más los que se den cuenta de lo mucho que se están perdiendo por vivir una vida tan apresurada.
En conclusión, elijan lo que ven de manera consciente, buscando sacar el mayor provecho. Y si están de acuerdo conmigo respecto a lo que he aprendido de las series que les platiqué, hagan algo mejor y decídanse a detenerse por un momento y disfrutar de un momento de calma y tranquilidad.
Si han aguantado leer esto hasta el final, les deseo muchos momentos de quietud y de contemplación, que ejerciten su capacidad de asombrarse por las cosas comunes pero tan significativas; y les reto a que no dejen pasar el día o la semana, sin decidirse desconectarse de todo y observar, mirar a su alrededor con el simple propósito de disfrutar lo que se nos ha regalado.
Mérida, Yucatán. Diciembre de 2015. Licenciado en Derecho Edgar Abimael Cimé Gómez.