Hace unos días tuve que asistir a un velorio de una jovencita recién egresada de la carrera. Era un compromiso moral, ya que sin conocerla pero por haber sido alumna en una escuela en la que presté mis servicios, me sentí con el deber de acompañar a la familia. Tenía alrededor de 22 años de edad, y había sido atropellada y privada de su vida.
En este contexto, era inevitable platicar en torno a diferentes situaciones vividas por el pequeño grupo en el que me encontraba, surgió entonces el comentario del trabajo diario y constante en el que nos enfrascamos sin permitirnos disfrutar de las pequeñas cosas que se tienen, preocupados siempre por lo que se desea.
Entonces, una de las personas ahí presentes dijo: “Bueno, de hecho, yo estudié después de viuda”, y yo la miré sorprendida. No pude evitar preguntarle qué había pasado. “Nos asaltaron… a mí me dieron dos disparos: uno en el cuello y otro en la cara”. Y le pregunté: “¿y tu esposo?”. Contestó indicándome con la mano, la boca. Seguramente mi rostro reflejó el asombro: “Volviste a nacer”, le expresé. Entonces me dijo: “Ahorita estoy viendo lo de una casa para mi hija”.
En ese momento vino a mi mente un video que acababa de ver en las redes sociales. En él, una señora le habla a una joven diciéndole que disfrute su juventud y cada momento de su vida. La mujer le cuenta que se la había pasado siempre buscando la felicidad, todo el tiempo en luchando por una meta, siempre cumpliendo sueños para poder ser feliz.
¿Quién no se ha fijado una meta y más ha tardado en cumplirla que en fijarse una nueva? Ni siquiera nos tomamos el tiempo para disfrutar cada objetivo alcanzado y olvidamos todo el esfuerzo y los sacrificios realizados para lograrlo.
Una gran lista se vuelve el común denominador de la mayor parte de las personas para no ser felices:
“Si logro hacer una carrera, seré feliz”; “Si consigo un buen trabajo, seré feliz”; “Cuando encuentre a la persona con quien quiera casarme, seré feliz”; “Cuando tenga una casa, seré feliz”; “Cuando pueda comprarme un coche, seré feliz”; “Cuando tenga un hijo, seré feliz”; “Cuando mi hijo termine la escuela, seré feliz”; “Cuando mi hijo tenga un trabajo seguro, seré feliz”; “Cuando tenga mis nietos seré feliz”…
Y la pregunta es… entonces ¿Cuándo disfrutamos de nuestros logros?
Vivimos postergando la felicidad…nuestra felicidad, en el afán de lograr siempre algo más, sin darnos cuenta que la felicidad es una actitud; es el camino que recorremos día tras día para cumplir nuestras metas; es reconocer en lo vivido, un aprendizaje; es saber soltar al ser amado que se fue o al hijo que emprende su vuelo; es vivir y dejar vivir; es una tarde de hamaca en compañía de tu pareja, tus amigos o tu mascota; es disfrutar de la soledad de tu habitación; de una caminata a la orilla del río; es ver un amanecer o una puesta de sol; es una tarde de lluvia; es simplemente, abrir los ojos un nuevo día…
La vida se nos va siempre trabajando por un objetivo, de sol a sol, sin tiempo para recreación o esparcimiento. Y cuando menos lo esperamos, en un abrir y cerrar de ojos, ya no tenemos la fuerza para seguir porque la edad nos ha alcanzado y caemos en cuenta que ya somos viejos si bien nos va, o morimos en la lucha diaria, como aquella jovencita…
Jo Cobos